La distribución de la riqueza generada por la globalización y el avance tecnológico ha sido muy desigual. Los ganadores han sido los más ricos, tanto en los países desarrollados como en los emergentes, y los trabajadores…
Sin duda, no sólo por aspectos políticos, sino por el entorno global, viviremos un periodo de incertidumbre y convulsión, de manera que es importante ver dónde estamos situados. Necesitamos una nueva ilustración y una revisión de la arquitectura política ya que los patrones políticos, económicos y sociales, están siendo radicalmente cuestionados. Este proceso de incertidumbre puede ser largo y complejo, pero con reformas económicas y legales se podrá mejorar la productividad e impulsar un crecimiento más inclusivo. Actualmente, la confianza en los políticos ha sido muy cuestionada y el resultado es un aumento de la polarización política, con un debate mucho más sesgado y menos transparente, más centrado en el impacto a muy corto plazo que en la solución de los problemas y en la fabricación de enemigos, y la confrontación que en la búsqueda de acuerdos. En paralelo, la información y la comunicación política se deteriora; las redes sociales favorecen la fragmentación de los medios y la polarización lleva al framing de las noticias o a formas deliberadas de desinformación, como las fake news.
En este entorno, los ciudadanos tendemos a sentirnos más inseguros y más pesimistas; por eso, nos inclinamos hacia soluciones más simples y drásticas y se asumen identidades mucho más definidas y unidimensionales: nacionales, étnicas, religiosas, etcétera. El resultado de todo ello es una sociedad menos cohesionada, más dividida, y una mayor hostilidad frente a los que son percibidos como “diferentes” o “ajenos” y, particularmente, los que piensan distinto a nosotros. Sin embargo, estas actitudes de inseguridad y miedo (a los otros, al futuro) no se originaron con la crisis y han continuado en auge incluso durante la recuperación del crecimiento global en los últimos años.
La extensión de los principios de libre mercado, el imperio de la ley y la mejora de la seguridad jurídica han ayudado a muchos países a dar un salto sin precedentes en su desarrollo, liderando e impulsando el crecimiento global. Al igual que siempre ha ocurrido en el pasado, la etapa de globalización y el avance tecnológico han aumentado la prosperidad y han creado más empleos que los que se han perdido. ¿Por qué, entonces, estos sentimientos de inseguridad, frustración y pesimismo?
En primer lugar, tenemos la inminente pérdida de algunos empleos, ya sea porque muchos de estos empleos se han desplazado a lugares con costos salariales más bajos; y en segundo lugar, porque la automatización y la digitalización han hecho redundantes muchos empleos rutinarios y repetitivos. En cambio, han aumentado los empleos en el sector servicios, más difíciles de automatizar, pero en su mayoría de baja remuneración. Simultáneamente, la inestabilidad del mercado de trabajo y la mayor rotación de los empleos han generado una proporción creciente de empleos a tiempo parcial, temporales o por cuenta propia. En contrapartida, ha aumentado el número (y, sobre todo, la retribución) de los empleos de alto valor agregado. Y los fuertes aumentos de la productividad, así como las economías de escala y de red de los sectores más digitalizados, que impulsan el surgimiento de monopolios globales, y que han llevado a grandes acumulaciones de renta y riqueza para segmentos muy reducidos de la población.
En resumen, la distribución de la riqueza generada por la globalización y el avance tecnológico ha sido muy desigual. Los ganadores han sido los más ricos, tanto en los países desarrollados como en los emergentes, y los trabajadores y las nuevas clases medias de muchos países emergentes. Los perdedores son los que han visto reducido o desaparecido sus fuentes de trabajo.
El estancamiento de los salarios y el aumento de la desigualdad a los que están dando lugar la globalización y el cambio tecnológico, así como la preocupación por el futuro de los empleos, a la vista de lo ya sucedido en muchos sectores, están en la base del actual clima de incertidumbre y pesimismo.
Una nueva sociedad para la era digital
Al descontento por lo que ya ha ocurrido, se suma la inquietud (la perplejidad) que generan la velocidad y la magnitud del avance científico y tecnológico. La revolución en las biociencias y la revolución digital aparecen como fuerzas capaces de transformar no sólo nuestra economía y nuestra sociedad, sino nuestro cuerpo y nuestra mente.
La anterior revolución industrial se basó en las máquinas para superar los límites físicos de los humanos y los animales. La actual se apoya en las tecnologías digitales y las biotecnologías para superar además de nuestros límites físicos, también los intelectuales y los propios límites naturales de duración de nuestra vida. Todo esto nos obligará, más pronto que tarde, a replanteamientos radicales de nuestra economía, sociedad y cultura, nuestros principios éticos e incluso las bases filosóficas fundamentales de nuestra existencia como individuos y como especie.
Ciertamente, resulta imposible prever la naturaleza y la profundidad de los cambios ante una revolución tecnológica de tal magnitud, tan acelerada, y que se encuentra en sus inicios. Podemos temer todo tipo de distopías, pero también podemos ver en la revolución tecnológica una gran oportunidad para mejorar el bienestar de los ciudadanos de todo el mundo. A lo largo de la historia humana, el progreso económico y el bienestar social han venido siempre de la mano del avance técnico. Y esta vez no tiene por qué ser una excepción. Sin embargo, esos efectos positivos se manifestaron tras un proceso de transición largo y difícil, con ganadores y perdedores.
Hoy, asistimos a una nueva revolución científica y tecnológica, la que se ha denominado la Cuarta Revolución Industrial (Schwab, 2016). Tenemos los recursos económicos y humanos para hacerla avanzar. Sin embargo, dicha revolución está operando sobre unas bases que, en lo esencial, corresponden a la época industrial. Esas bases deben ser renovadas para impulsar la Cuarta Revolución Industrial, para encauzarla, limitar sus riesgos, maximizar y hacer partícipe de sus beneficios al conjunto de la población global. Necesitamos, en suma, una nueva Ilustración, que organice los avances científicos y tecnológicos en un nuevo marco filosófico, nos ayude a ajustar nuestros criterios éticos y oriente cambios legales y políticos. Sin duda, éste es un proceso muy complejo. Completarlo podría llevar décadas y, desde luego, desborda la capacidad de cualquier estado u organización supranacional.
Una nueva economía política, una nueva arquitectura legal
En el ámbito de la política económica, es importante, primero, impulsar y potenciar los efectos positivos de la tecnología digital, con reformas que fomenten la investigación, el desarrollo y la innovación, apoyen el emprendimiento, impulsen la transparencia y la competencia en los mercados y, finalmente, favorezcan las infraestructuras necesarias para el despliegue y la adopción de las tecnologías digitales.
El mercado de trabajo, como se desprende anteriormente, es otra prioridad. Es preciso desarrollar mejores políticas frente al desempleo. Políticas que ofrezcan una adecuada protección social, pero que no desalienten la búsqueda de trabajo en un entorno de alta rotación del empleo. También fortalecer las políticas activas, que favorezcan el reciclaje y la movilidad de las personas. Es imprescindible, además, modernizar la regulación para afrontar mejor las cuestiones que plantea una diversidad mucho mayor de situaciones laborales: autónomos, trabajadores a tiempo parcial… Pero, seguramente, el elemento más importante de todos es la educación. Porque es la herramienta más poderosa para asegurar la igualdad de oportunidades y la movilidad social.
En definitiva, necesitamos más y mejor educación para cerrar la brecha hasta ahora creciente de la desigualdad. Sin duda, la revolución tecnológica va a demandar mejoras en la formación técnica, así como proporcionar destrezas que sean complementarias, y no sustitutivas, con los avances tecnológicos. Y, por supuesto, impulsar la formación continua y el reciclaje. Pero esto no es lo único; ni siquiera lo más importante: vivimos y vamos a seguir viviendo en un mundo de cambio acelerado. Por eso, es fundamental que la educación promueva ciertos valores y actitudes: la valentía frente al cambio, el espíritu emprendedor, la resiliencia y la capacidad de adaptación y el trabajo en equipo, entre otros.
El extraordinario avance de las tecnologías de la información plantea también retos muy complejos a la actual arquitectura regulatoria y legal existente. Al afrontar estos retos, es fundamental buscar un equilibrio: controlar los riesgos de la tecnología, sin obstaculizar indebidamente la innovación ni limitar sus efectos positivos, en forma de mejoras de la productividad, el crecimiento y la calidad de vida. Potencialmente, la regulación de todas las actividades o esferas de la vida habrá de ser revisada. Sin embargo, se pueden destacar como prioritarios dos ámbitos estrechamente relacionados.
El primero es el de la privacidad. Ya hay importantes iniciativas, como la Regulación General de Protección de Datos de la Unión Europea (GDPR, por sus siglas en inglés). Éste es un buen primer paso, que en los próximos años habría que ir desarrollando y perfeccionando. Por otra parte, alcanza sólo a los europeos. En última instancia, habrá que ir avanzando a nivel global hacia definiciones más precisas de los derechos de las personas sobre sus datos y mecanismos más sencillos y eficaces para proteger y hacer valer esos derechos.
El segundo aspecto es el poder de mercado. Las tecnologías digitales conllevan enormes economías de escala y de alcance y, por consiguiente, una tendencia “natural” hacia el monopolio. En la actualidad, por ejemplo, Apple y Google mantienen un duopolio en el mercado de sistemas operativos para teléfonos inteligentes. Facebook y Google, por su parte, dominan el mercado de la publicidad digital. Amazon se está volviendo cada vez más dominante en la distribución en línea y en la infraestructura de centros de datos. Estos son sólo ejemplos de fenómenos similares que podemos ver en otros muchos sectores como el transporte de pasajeros en las ciudades, la distribución de contenidos audiovisuales, etcétera. A este respecto, existe un elemento de preocupación. ¿Están las nuevas tecnologías socavando las estructuras de competencia que impulsaron el crecimiento en el siglo XX? Más allá del fenómeno de las plataformas antes citadas, distintas evidencias macroeconómicas muestran una creciente polarización de la productividad y las ventas en diferentes industrias. La producción se estaría concentrando en un número pequeño de empresas con altos márgenes de beneficios.
Y más allá de la regulación, que inevitablemente irá con retraso respecto a los desarrollos tecnológicos y de negocio, necesitamos definir y extender un enfoque ético a la generación y aplicación de los avances científicos y tecnológicos. Un enfoque que integre valores morales y culturales en desarrollos como las aplicaciones biotecnológicas o la inteligencia artificial. Por ejemplo, si pensamos que el sistema político democrático merece perdurar para las próximas generaciones, los sistemas de información que utilicen los gobiernos democráticos deben estar diseñados para favorecer los derechos humanos, el pluralismo, la división de poderes, la transparencia, la equidad y la justicia. De la misma forma, debemos velar porque los algoritmos de inteligencia artificial utilizados para el contacto con personas en cualquier negocio o actividad no estén sesgados, no discriminen en contra de ciertos grupos y no interfieran indebidamente en la libertad de sus procesos de decisión.
Para todo ello, necesitamos cambiar la forma en la que trabajamos con la tecnología, generando ecosistemas más abiertos, participativos y pluridisciplinares, en los que más personas puedan aportar ideas, talento y recursos. Tenemos, sin duda, la capacidad de desarrollar tecnología que no nos esclavice y que, en cambio, nos ayude a vivir mejor. Pero para eso, tenemos que incorporar valores éticos al diseño de esa tecnología. Si lo conseguimos, la Cuarta Revolución Industrial podría, efectivamente, ser mucho menos perturbadora y más inclusiva que las anteriores, una fuente de prosperidad y bienestar para todos.